Antropología: Momias en Cuba

Martes, 12 de marzo del 2024 / Fuente: Juventud Técnica / Autor: Igor Guilarte Fong

La historia no es apta para aprensivos. Si algo obsesionó a las antiguas civilizaciones fue pensar en la muerte y alcanzar la eternidad. Entre lo humano y lo divino desarrollaron avanzados procedimientos anatómicos, fundaron rituales funerarios, erigieron tumbas monumentales, enterraron secretos sagrados, tejieron misterios y maravillas y maldiciones… No obstante, la vía imprescindible para llegar a esa vida de ultratumba era la momificación.

Cuando se habla de cuerpos momificados la mente suele confinarse a las arenas del desierto y a las pirámides faraónicas, pero fueron muchas las culturas del mundo antiguo que desarrollaron métodos creativos para perpetuar a sus antepasados. Creían que preservando el cuerpo salvarían el espíritu. Milenios después las momias son reconocidas por el valor científico, patrimonial y antropológico; estudiarlas ha permitido saber el origen de enfermedades, costumbres, en fin, la evolución misma de la humanidad.

Por esa naturaleza de ser Cuba epicentro de rutas migratorias y comerciales, durante siglos, algunas momias recalaron provenientes de épocas y culturas distantes. Cada una guarda una enigmática historia. Son mensajeras del tiempo, de sus pueblos y, por qué no, también la muerte convertida en souvenir. He aquí la singular población de momias en Cuba.

1.La momia criolla

El hallazgo fortuito de un cuerpo momificado en las catatumbas del cementerio de Matanzas abrió, en junio de 1965, un caso inusitado para la antropología cubana, y causó tal revuelo que la ciudad acudiría en caravana a conocer “la aparecida”. Un túnico blanco con las iniciales JPL bordadas, mantica, zapatos, melena rubia… solo le faltaba el verde en las cuevas de los ojos; parecía vestida de ayer. Ninguna razón justificaba a ciencia cierta que el cadáver de un siglo estuviera aún incorrupto.

Pasarían quince años de conjeturas y odiseas inenarrables –incluido el acto necrófilo del “loco enamorado” que la decapitó, secuestró y martilló la cara– antes de que un genio científico nombrado Ercilio Vento Canosa asumiera, con profesionalidad y sensibilidad como nadie, la custodia, restauración e investigación “pelo a pelo” de los insólitos despojos.

Un cuarto de siglo duró el idilio, hasta que en 2005 la donó al patrimonio. Gracias a esos estudios, sin precedentes en Cuba, se conoció que Josefa Margarita Petronila Ponce de León Heredero –que así se llamaba la señora– había nacido en Guanabacoa en marzo de 1815, residido algún tiempo en Matanzas y fallecido en La Habana a punto de cumplir los 57. En razón de su última voluntad, la familia dispuso enterrarla en la tierra del Yumurí y encargó su preparación al doctor Antonio Caro, el más célebre embalsamador de la época.

Primero descansó en el camposanto San Juan de Dios, pero al ser este clausurado en la década de 1880 quedó reubicada en una galería subterránea en San Carlos Borromeo, donde incluso rompieron la caja para acelerar la descomposición del cadáver y lo asentaron en el libro de registros como “momificado”. Sin dudas, la fórmula salina aplicada en el embalsamiento artificial –el cuerpo se redujo 14 veces en volumen y 16 en peso–, la humedad del pasadizo sepulcral y la escasa oxigenación del nicho, se aliaron para mantenerla intacta.

Estirada en su urna de cristal, amortajada con una sábana y manos cruzadas sobre el regazo; bajo luz tenue, cortinas malvas y temperatura promedio de 19–20 grados centígrados, se cuida hoy como joya en el Museo Provincial Palacio de Junco.

En una sala especial que respeta los cánones para la exhibición de restos humanos y los detalles de su salvaguarda –aunque no por eso está libre de hongos–, la doña intenta conciliar su sueño eterno bajo el incesante fisgoneo de locales y extranjeros (el primer mes de exposición recibió la visita de 70 000 personas). En la pared de la habitación fotocopias de actas de bautismo, matrimonio y defunción son testigos mudos de su existencia. Hay muestra de sangre y algunas vísceras. La momia de Matanzas tiene la prominencia de ser, hasta que se pruebe lo contrario, la única auténticamente cubana.

2. Ni minero ni peruano: guanche

Fue quizás la segunda momia en llegar a la Isla, luego de que en el invierno de 1868 el empresario italiano asociado al espectáculo circense, Lorenzo Cuppia, mostrara en plena calle de San Rafael un hombre disecado traído de México. Siendo una incógnita su origen, el cuerpo momificado del varón que ahora se ve anclado a una vitrina en el Museo Antropológico Luis Montané, de la Facultad de Biología de la Universidad de La Habana, recibió inicialmente la etiqueta de “minero peruano”; sosteniéndose que era de tiempos precolombinos y había sufrido un accidente en una mina, lo que impidió el enterramiento en posición de cuclillas.

Esa “teoría” perduró por más de un siglo, hasta que en 2015 expertos del Instituto de Estudios Científicos en Momias, de Madrid, plantearon dudas razonables a partir de que esa fisonomía no encajaba en el manual clásico de la región andina.

En 2018 salieron a la luz las primeras certezas. La colocación en decúbito supino, manos extendidas paralelas al cuerpo y descansando sobre los muslos, piel cuarteada y oscura debido al barniz aplicado en el proceso, musculatura deshidratada, dedos de los pies unidos como por algún tipo de ligadura, cabeza levemente reclinada hacia el hombro derecho, clavículas hundidas por efecto póstumo de la gravedad, traslucían el rastro inequívoco de las momias guanches (oriundas de Tenerife).

Para confirmar de oficio sus sospechas, los investigadores pusieron en reversa la máquina del tiempo. Así consiguieron llegar documentalmente hasta el Barranco de Ajabo, donde a finales de 1876 o 1877 un labriego descubrió en una cueva tapiada “un hombre momio muy bien conservado”. Ignorante de que tenía entre manos la momia de un extinto aborigen, el campesino la regaló a otro algo más avispado que la vendió por cuatro onzas de oro. Luego, a fin de “ser colocada en un gabinete de historia natural”, fue llevada a La Habana en la fragata Trinidad, que zarpó de Canarias en enero de 1878.

Así quedó instalada, como era usanza de la época, en el domicilio del médico grancanario Miguel Gordillo; tras morir este, en 1899, su hijo la donó al Dr. Luis Montané. No sería hasta 1975 cuando llegó al sitio actual cedida por el Museo Nacional de Historia de las Ciencias Carlos J. Finlay, como “momia peruana en buen estado de conservación en su urna de madera y cristal”, según acta de donación. Mientras en el laboratorio, un análisis de ADN mitocondrial certificó la presencia del haplogrupo H, común en poblaciones guanches; fijó que el individuo tenía 30–35 años al morir; y aportó pistas sobre sus hábitos, comidas y prácticas culturales. Una vez enmendada la catalogación, se reescribe su historia.

3. Guerrero sin cabeza

Lo que queda de una momia de 800 años puede verse en la filial espirituana de la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre. Con las manos tatuadas, sin cabeza y esqueletizado casi en su totalidad, el guerrero chancay –supuesto así por el valle en la costa central de Perú donde lo desenterró el propio Núñez Jiménez, quien lo trajo en 1979– va perdiendo la batalla más importante de su muerte: frente a los depredadores microorgánicos.

Tampoco es que en su viaje por el más allá –¿o el más acá?– haya recibido el mejor trato que digamos. Fue trajinado por diversos museos e instituciones, y evidentemente sufrió exhibición o almacenamiento en condiciones de alta humedad relativa. En el presente se halla en posición anatómica fijado por alambres a un soporte metálico, lo que sigue provocando daños. En tanto, su ajuar funerario anda disperso por la Fundación Antonio Núñez Jiménez de La Habana, un departamento arqueológico en Yaguajay y el Museo Montané. Lo más raro, o llamativo, de este exponente es que fue inhumado en posición vertical, pero con las piernas cruzadas. No ha habido cabeza, ya lo dije desde el comienzo. Por su parte, los expertos se siguen rascando la suya para comprender los porqués.

4. La tejedora de La Periquera

Aunque es menos conocida, hay una segunda momia peruana entrada por el reconocido cuarto descubridor de Cuba. Corresponde al sexo femenino y a juicio de especialistas debió ser en vida una tejedora, por la cantidad de ovillos de algodón e hilo en rama que había dentro del fardo. También tuvo un ciclo ambulatorio por distintos lugares siendo el último el Museo Municipal de Cueto, hasta que en diciembre de 2019 se envió definitivamente al Museo Provincial La Periquera, en Holguín. El estado actual de la momia es delicado, por lo que se ha planteado un programa de rescate y así garantizar que a futuro la pieza pueda integrar el guion museográfico de la institución.

5. ¿Paracas en el Bacardí?

También el Museo Emilio Bacardí, de Santiago de Cuba, tiene a recaudo dos momias peruanas. En 1925, hombre y mujer de dos mil años fueron adquiridas en Panamá por el comerciante español Sebastián Pérez Ferrán, quien las trajo cuando decidió radicarse en dicha provincia. Si bien se les clasificó como paracas, actuales revisiones doctas disienten tal adscripción. En su lecho de vidrio guardan la tradicional posición genuflexa –o fetal, como para volver a nacer–, sin pelo, en la piel color cartucho afean los cráteres dejados por los insectos necrófagos al salir, los brazos fuertemente flexionados y con las manos dibujando una Y, como condenadas a sujetar el rostro fantasmal. Parecen estatuas de El grito de Munch, solo que estas sí asustan.

La momia femenina, una mujer adulta –quizás de 30–35 años–, luce bastante estropeada. Los tejidos blandos que cubrían el abdomen y los glúteos desaparecieron, dejando al descubierto los coxales; tampoco tiene la pierna derecha, mientras la izquierda está desprendida.

Por el contrario, la conservación del varón –calculado de 40–45 años– es providencial. Resulta de particular interés ya que muestra una trepanación incompleta y de tipo ranurado circular, que afectó los huesos occipital y parietal derechos, justo en la sutura lambdoidea. Ese tipo de intervención quirúrgica fue común en tierras altas y septentrionales de Perú, mas no en la zona de Paracas, lo que plantea la hipótesis de una posible raíz chachapoya. Se espera que el estudio continuo proporcione nuevos conocimientos.

6. Dos cabezas reducidas

Tzantza, tsantsa​ o cabeza reducida: es el proceso de encoger cabezas por la tribu shuar o jíbaros, asentada en la cuenca amazónica de Ecuador y Perú. Mediante un macabro, complejo e increíble método, cortaban las cabezas de sus rivales y lograban achicarlas –hirviéndolas en agua a fuego lento–, para convertirlas en trofeo o talismán. Creían que así se apoderaban de la fuerza y del espíritu del vencido.

El propio museo santiaguero posee en su fenomenal colección una de esas cabezas indígenas del tamaño de un puño. Esta luce una curiosa ornamentación, consistente en una colorida corona hecha con plumas de tucán y bejuco, de la que pende una cola realizada con alas de escarabajo color verde tornasolado; en las orejas, sendos aretes elaborados igual con plumas y vértebras de serpiente; y la boca está cosida con cinco astillas (cerrar los orificios era un paso básico del rito, pues así evitaban su deformación y que “escapase el alma”). Una ficha identificativa de la pieza ubica que data de 1952, entre los vivos se llamó Nasharín y tenía 23 años. Se conserva en perfecto estado.

Otro ejemplar de cabeza reducida, menos ataviado y probablemente más antiguo, se exhibe en el Museo Antropológico Montané. Tiene igualmente la boca sellada con cuerdas de fibra vegetal, presenta una larga cabellera y un orificio en la frente, a través del cual se pasaba el cordel para poder colgarla como amuleto. Fue traída por Luis Montané a inicios del siglo XX.

7. La momia egipcia: arte del secreto

Dejamos para el final la que es, sin dudas, la más impresionante, valiosa y misteriosa de este listado. Vivió y murió en Egipto, la tierra más fascinante de la antigüedad y la que más se dedicó al culto de la sobrevida. Entre metros y metros de vendas de lino yace –también en el Museo Bacardí– la única momia egipcia de que se tiene referencia en el país y el Caribe.

Fuentes documentales reseñan que fue comprada a un anticuario de Luxor, antigua Tebas, durante unas vacaciones del filántropo Emilio Bacardí en 1912. La complementa un ajuar de unos 70 objetos, entre ushebtis, amuletos, estelas, vasijas; la tapa de un ataúd antropomorfo con textos jeroglíficos destinados a los dioses; así como una mano, un sapo, un gato, un ibis, un halcón y un cocodrilo, animales sagrados, todos momificados.

Célebre es la odisea de esta momia que parecía renuente a abandonar su mítica patria: primero, los avatares de Bacardí para conseguir, “dando dinero a cada paso”, los permisos de embarcación, y estando ya en la aduana santiaguera se suscitó un debate casi surrealista entre los funcionarios. Por cuanto en papeles no se reglamentaba la manera de aforar semejante artículo, unos querían tasarla como obra de arte, mientras los otros impusieron su ingreso como carne curada. “No somos nada”, gruñiría la difunta desde el inframundo, sacudiéndose su natrón; azorada ante aquella perla de la “burrocracia” criolla.

En un principio se creyó que era una dama de la aristocracia, de 4 060 años de antigüedad y cercana a los 40 de edad, perteneciente a la XVIII dinastía; la misma en la que reinaron faraones predilectos como Hatshepsut, Akenaton y Tutankamon. Luego, en 2005, la egiptóloga polaca Jadwiga Lipinska le bajó un nivel, alegando que la momificación –un proceso que solía durar 70 días– no correspondía a un personaje de la nobleza sino a una mujer de clase media del periodo tardío. Sin embargo, estudios más recientes asociados al Cuban Mummy Project situán la momia y la tapa del sarcófago en el periodo romano de Egipto (30 a.C. — 395 d.C.).

Asimismo, refieren que no han podido identificar el nombre de la difunta, ni su linaje y que es difícil determinar con exactitud la edad, pues no se aprecian las suturas craneales. En espera de estudios más profundos, la momia egipcia aprisiona el tiempo en su interior; sigue callando sus respuestas milenarias, generando vacíos y poniendo los pelos de punta a quienes llegan a verla. Conserva aún la cabeza, el cuero cabelludo, la boca entreabierta deja ver algunos dientes fracturados, tramos de vendajes manchados por las resinas, el negro rostro al descubierto, y a nivel del corazón el collar con un escarabeo (que entraña la idea de nacimiento y cambio). En resumen, una delicada belleza; encantada, y encantadora, como Bella Durmiente.

 

Estudios pendientes

Además de las momias mencionadas se tienen referencias de que otras han sido usadas en la docencia universitaria o investigaciones de Antropología, Anatomía y Medicina. Una se halla en la Escuela de Medicina Victoria de Girón y la otra en el Instituto de Medicina Legal, ambas en La Habana. Aún resta mucho por investigar sobre ambos especímenes. Quién sabe si surjan otros totalmente inexplorados. Entonces podrían redondear esta relación descriptiva de los restos momificados en la Isla, como resultado de la prolija y facultada labor del Proyecto Momias Cubanas.

 

Cuban Mummy Project

En el verano de 2015, a iniciativa del doctor Eusebio Leal Spengler, historiador de la ciudad de La Habana, en conjunto con el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural y el Instituto de Estudios Científicos en Momias (IECIM), de Madrid, España, se creó Cuban Mummy Project (Proyecto de Momias Cubanas), un convenio de cooperación internacional y multidisciplinar orientado a tres objetivos fundamentales: efectuar un censo de todos los restos momificados diseminados por la geografía nacional, concertar iniciativas en favor de su difusión y estudio detallado tanto a nivel histórico como científico, y contribuir a su protección preventiva.

 
 



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