Aguijoneados por la celebración el 17 de septiembre del Día del Arqueólogo en Cuba, compartimos la historia del joven Marcos Acosta Mauri, quien ha asumido como reto y pasión esa disciplina; seguramente será la vivencia de muchos.
Debió ser informático, pero el afán de hallazgo y la pasión por la historia picaron su curiosidad y, “enfermo” de vocación, optó sin más rodeos por buscar la cura. Por eso su siguiente –y decisivo– paso fue enrolarse como voluntario en una excavación que investigadores del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de La Habana realizaban en las cuevas de Las Charcas, San José de Las Lajas. Fue su amiga, la espeleóloga Janet Tirador, quien le dio la luz; mucho sudor y polvo después llegó a dicha institución donde fue acogido por varios a quienes sigue considerando sus “maestros”. Allí se ha convertido en uno de los especialistas más dinámicos e infatigables.
Aprovechando sus aprendizajes, juicios y perspectivas –sobre todo si se habla de conocer el pasado, comprender el presente y formular rumbos–, se descubre su don de conversador fogoso. Habla de Eusebio Leal con respeto y devoción. Diserta, más que conversa. Atrapa. Al contar las anécdotas gesticula animadamente. Posee “un tera” de fotos de sus andanzas en cuevas oscuras, ruinas de fortificaciones, casas coloniales, montes tupidos, hasta el fondo del mar… toda clase de experiencias donde suele vérsele en acción, “colorao”, “forrao” de verdeolivo y con un sombrerito modo Indiana Jones; aunque del famoso aventurero de Hollywood lo distancia una barba como de hombre de La Sierra y que monta en cólera cuando le mencionan al “cazatesoros”. Pero de ninguna forma es indiferente, más bien se muestra abierto, familiar, responde con amabilidad, buen humor y complicidad cualquier pregunta. Así es el joven arqueólogo Marcos Acosta Mauri.
Foto: Cortesía del entrevistado.
— ¿Cómo es la vida de un joven arqueólogo?
— Un arqueólogo es un científico. No podemos olvidar que la Arqueología es una ciencia social que estudia las evidencias materiales de las sociedades precedentes. Una sociedad en sí es un sistema complejo donde se establecen relaciones aún más complejas, y el arqueólogo tiene que ser muy atento a la evidencia antigua para reconstruir ese contexto. Es una profesión que requiere mucho estudio previo, dedicación, concentración.
“También hay mucho de positivo. Como dijo Martí: subir montañas hermana hombres, así que tus compañeros de trabajo se convierten en tu familia, sobre todo cuando se está lejos de casa, en el médico que puede darte los primeros auxilios, en el salvavidas en quien confías si la operación es de buceo. Todo eso es parte del trabajo del arqueólogo, porque es un oficio muy colaborativo y normalmente sus resultados son fruto de un equipo de trabajo que debe funcionar como maquinaria de reloj”.
— ¿Cómo llegas a este mundo de la Arqueología?
— Los arqueólogos decimos que con eso se nace. Para mí fue muy importante desde la infancia un programa de televisión muy inspirador llamado Entorno, realizado por un hombre de ciencia que marcó época, me refiero al doctor Jorge Ramón Cuevas; para mí, un paradigma. Despertó mi interés por la naturaleza y por todo aquello que se me antojaba misterioso. Después fui ampliando con Pasaje a lo desconocido, de Taladrid; Antena, de Mara Roque y Fotogramas, que presentaba Sandra Hernández. Todo eso me fue conectado con la naturaleza, mientras el Movimiento de Pioneros Exploradores, mis maestros de primaria y las clases que dábamos en los museos, me fueron llevando a interesarme por el pasado prehispánico de Cuba.
“Aunque siendo justo, diría que mi mamá fue guía y motivación determinante en este sentido, pues si yo tenía ganas de ir a los museos, ella me llevaba; cuando quise comprarme tal libro, ella me lo buscaba. Leer me hacía pensar todo el tiempo en por qué pasaban las cosas. Entonces, para verificar esas inquietudes, me iba a los museos. En quinto grado pude leer Prehistoria de Cuba, de Ernesto Tabío y Estrella Rey, y Cuba: dibujos rupestres, de Núñez Jiménez. Influyó además que yo vivía en Pinar del Río, donde estaban muchos de los sitios arqueológicos que mencionaban esos libros. Así, leyendo esos fundamentos básicos y analizando los procesos sociales, todo cobra sentido. Y entonces recuerdas aquel día en que te convenciste de que estabas entrando a un camino del que no regresarías, porque los libros, la historia y el patrimonio te atrapan. ¿Por qué? Eso nadie ha podido explicarlo todavía”.
Fotos: Cortesía del entrevistado.
— ¿Cómo es un día de trabajo de campo?
— Esa preparación y concentración que te mencionaba antes, es en el terreno donde deben ponerse de manifiesto. Se trabaja no pocas veces en condiciones difíciles, dependiendo de las características del sitio objeto de estudio. Puede ser en lo profundo de una cueva, el centro de un pantano o el lecho marino; te bate el calor o la lluvia, la contaminación o los insectos; hay que desbrozar malezas o dar pico y pala. En fin, hay que saber resistir ante el cansancio o las condiciones ambientales adversas. Esas particularidades no darán cuerpo al resultado científico, pero sí forman parte de tu realidad cotidiana.
— ¿Qué tiene de apasionante la profesión?
— Si a algo no debemos llegar nunca los arqueólogos es a ser meros saqueadores. Debemos saber el valor real de las evidencias históricas y culturales; y, por tanto, debemos entender que nadie tiene derecho sobre esos hallazgos porque constituyen parte de la historia de una nación y hasta de la humanidad. Para mí la actitud de Khaled Asaad, gran arqueólogo sirio que elevó a Palmira a Patrimonio Mundial de la UNESCO, y quien tuvo ofertas de refugio en Europa, pero decidió quedarse a defender su historia y acabó siendo asesinado por el Estado Islámico en 2015, te dan la medida del compromiso y la magnitud que los arqueólogos llegan a otorgarle a su rol. Fue Eusebio Leal quien nos contó, el primer día de clases en el Colegio San Gerónimo, la leyenda de aquel mártir que no reveló dónde había escondido el patrimonio de su pueblo. Así uno se convence de que cada persona está hecha de retales de todo lo que le rodea, y mucho de lo que te rodea son bienes y valores patrimoniales; si los entregas, estás entregando un trozo de tu alma, te vas rompiendo poco a poco.
— ¿Cuáles son los trabajos o proyectos en los que has participado y no olvidas?
— Cada proyecto en los que he participado tiene su singularidad. No me gustaría señalar una intervención arqueológica en particular y correr el riesgo de desdeñar otra, no. Sin embargo, una de las experiencias que guardo con más cariño es haber integrado el colectivo de autores del libro La Habana: dimensión arqueológica de un espacio habitado, compartiendo autoría con las personas que me han formado y me siguen guiando en el campo profesional. En el ámbito personal sería dedicarme a lo único que me gusta llamarle tesoro: mi hija Habana Isabel.
Foto: Cortesía del entrevistado.
— ¿Cómo ves el panorama actual y futuro de la Arqueología en Cuba?
— El futuro de la Arqueología en Cuba realmente no se avizora seguro. Primero porque la mayoría de los que ejercen el oficio hoy se van aproximando a ese tiempo de la vida en que se vuelven fuente de sabiduría, consultantes. Pero cuando se habla de futuro se trata de nuevas generaciones. En la actualidad son muy pocos los jóvenes dedicados a esta ciencia, que es fundamental para la sostenibilidad; porque la sostenibilidad no debe entenderse solo en la dimensión ambiental o económica, sino que necesita un significativo componente cultural. Precisamente este es el reto de la Arqueología, estudiar el pasado que yace desconocido y ser de provecho para el futuro, contribuyendo a la construcción de una ideología de identidad nacional.
— ¿Qué te gustaría hallar o a dónde sueñas llegar?
— Como proyecto futuro te digo que quiero centrar todo el esfuerzo en localizar e investigar el sitio de la costa sur, donde se fundó la Villa de San Cristóbal de La Habana.
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