Jóvenes científicos: En la nebulosa de Andrómeda

Viernes, 17 de noviembre del 2023 / Fuente: Juventud Técnica / Autor: Igor Guilarte Fong

La ciencia cubana afronta la difícil tarea de recuperar el talento joven que, por miles, ha remontado vuelo en el afán de superar ciertas adversidades del entorno particular. Casi al punto del: “ahora o nunca”, se impone una política que incentive una migración circular, programas factibles para el potencial humano y ganar en cultura científica

 

Cuando Ariadna era una niña, su padre –esmerado ingeniero automático, sin más posesión que el saber y oficio que su termoeléctrica– le regaló un microscopio descontinuado para que jugara. Con toda su infinita magnificencia aquel mundo celular cautivó sus inocentes pupilas y plantó colonia en el cielo de su cabeza. Ariadna se hizo microbióloga. A sus 23 era, lo que se dice: una promesa. Así lo avalaron su luminoso expediente y sus profes de la Facultad de Biología y del IPK, donde cursó y aprendió cuanto pudo hasta el verano de 2017.

Sin embargo, apenas culminó el adiestramiento. A pesar de su afán para aclimatarse a la función de laboratorista que, junto a la clásica estampilla: “Eres bienvenida”, le endosaron en el desaliñado policlínico del pueblo natal –ubicación “por regla”–; y por más que intentó conciliar aspiraciones con prosperidad real, sintió que estaba en un cuello de botella. Su idilio de cultivar líneas de investigación en laboratorios cómodos y descubrimientos relevantes pronto le supo a naufragio en tubo de ensayo y, cual levadura en placa de Petri, las dudas empezaron a fermentar la razón.

Convencida –¿o conducida por el ADN de su generación, que parece nacer con alas?–, invirtió buena parte de su tiempo y su cuenta Nauta en pescar una beca por Internet; mucho más considerable fue la suma de dinero trocada en papeles timbrados. Sus conocimientos técnicos, dominio del inglés y rozagante currículo, fueron credencial suficiente para que Long Island University, universidad del mismísimo New York, le extendiera la alfombra roja de una maestría con concentración en Microbiología Clínica. Sin más norte que sus anhelos, bríos, nostalgias y familiares al sur, Ariadna hizo su maleta y aterrizó en la distancia. Allá ejerce hoy la profesión de su vida, la misma que le entró por los ojos cuando era niña, como una canción de cuna.

Registros del Citma y la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) revelan que por lo menos un millar de cubanos vinculados al ámbito científico-tecnológico siguió el hilo de Ariadna, en 2022. Esa deshojación multidimensional, en los últimos años sostenida y galopante, se ha vuelto un desafío mayúsculo; dada la determinante influencia del sector en el impulso y la sostenibilidad del modelo socio-económico esbozado.

ECTI — Entidad de Ciencia, Tecnología e Innovación; CI — Centro de Investigación (destaca al CIGB, Instituto de Meteorología, CIM o el Centro de Biofísica Médica en SCU); CSCT — Centro de Servicios Científicos Tecnológicos (son Unidades de Ciencia no CI, dan servicios, la mayoría se ha transformado en empresas o están en camino); UDI — Unidades de Desarrollo e Innovación (empresas certificadas); EAT — Empresas de Alta Tecnología; PCT — Parque Científico Tecnológico (incubando un parque industrial en UCLV/ VCL); EIF — Empresa de Interface (incubando otras 3); 1 Fundación; 5 Laboratorios Innovación Digital. (Infografía: Arístides Torres)

“En Cuba, la función de la ciencia en el proyecto de desarrollo social es una de las originalidades de la Revolución: nunca antes en un país subdesarrollado el pensamiento científico y la práctica de la investigación científica habían tenido una función tan protagónica en un proceso de transformación social”, articuló el eminente doctor Agustín Lage, en La ciencia y sus nuevas responsabilidades.

Matar al gordo

Responsabilidad superlativa la del profesor emérito y titular de la Universidad de La Habana (UH), el doctor en Ciencias Físicas, Carlos Rodríguez Castellanos, quien no se cansa de formar generaciones. Eso sí, en tiempos que dicha rama cobra otros visos –pues la inflación exhibe un movimiento rectilíneo uniformemente acelerado, la “mecánica cuántica” se trastoca vulgarmente en ¿cuánto cuesta llegar del punto C(asa) al punto UH? O: “¿cuánto te va a dar hacerte físico, mijo? Mejor estudia informática o ponte a trabajar”–, solo la vasta experiencia y aptitud dialógica del maestro lo salvan de la lluvia de meteoritos que figuran las preguntas y confidencias de sus aulas de 4to y 5to años.

Con la rica vivencia de la facultad y la cosmovisión de vicepresidente de la Academia de Ciencias de Cuba (ACC) durante 12 años, es una voz más que autorizada: “Mejorar las condiciones de estudio, trabajo y vida de nuestros científicos ha devenido tema crítico que debe resolverse con premura. Por supuesto que es costoso. Los países avanzados invierten más de dos por ciento del PIB en investigación y desarrollo, Cuba está por 0,4 por ciento; por lo que necesitaríamos un vigorosa inyección de financiamiento destinado a la ciencia.

“Los jóvenes necesitan casa, tienen aspiraciones, no quieren ser ricos sino al menos tener una vida confortable para dedicarse a pensar ciencia. Es real que el país está en una situación crítica, pero también es certeza que urge dar el primer paso: si no se puede empezar con mil becas, vamos a empezar con cien. Si no hallas soluciones a mayor velocidad que la de los problemas, estos acabarán sobrepasándote en la carrera hacia el mañana”, alerta.

Da otra estocada: “La ciencia tiene un punto de no retorno; de hecho, palpable ya en algunas especialidades. Ese punto de no retorno está dado por la pérdida de la capacidad de formar gente nueva, cuando pierdes la posibilidad de reproducir el sistema científico. ¿Entonces tendremos que mandar a estudiar carreras de pregrado en otros países, igual que a inicios de la Revolución?”, razona el académico.

El doctor Carlos Rodríguez, vicetitular de la Academia de Ciencias, tiene claro que se requiere una gran inversión en la ciencia, pero también reordenar esquemas internos y racionalizar los recursos. 

El éxodo juvenil responde a dos factores cardinales, estima el doctor en ciencias Daniel García Rivera, director del Laboratorio de Síntesis Química y Biomolecular de la Facultad de Química de la UH, centro de investigación e innovación que junto con BioCubaFarma proporcionó la Soberana-02 en los días tétricos de la COVID-19.

Como muchos, el experto advierte que en materia de inversión la ciencia cubana lleva 30 años de retroceso continuo. Lo que fija en el imaginario juvenil la percepción de que eso no va a cambiar en los próximos diez o 20, y por tanto, si ansía realizarse, concluye que le sería quimérico tener una fructífera carrera de científico en Cuba. La excepción es la biotecnología y la biomedicina, donde los estándares llegan a rango mundial. Pero ningún otro sector de ciencia ofrece el mínimo de satisfacciones y competencias similares al mundo. Queda claro, admite García, que las inversiones penden por las carencias económicas.

“Lo segundo –y en su opinión más decisivo que la complacencia profesional– es la dificultad para tener una vida normal, dígase un salario digno, una casa que no sea por herencia, satisfacer necesidades básicas de tu familia con lo que ganas, llevar a tus hijos de vacaciones. Eso, con lo que recibimos hoy por dedicarnos a la ciencia, es casi imposible. No obstante, si algo distingue aún al científico cubano es su competitividad internacional, de ahí que consiguen de modo relativamente expedito becas y contratos en sociedades donde sí reciben el estatus correspondiente.

“El gran dilema no es que los jóvenes se vayan, porque eso es recurrente en muchos países, sino que los nuestros, en su mayoría, no regresan pues acá no les ofrecemos superiores atractivos. Un éxodo irreversible de jóvenes profesionales compromete el futuro de Cuba, porque nos estará condenando a una economía de servicios y de producción de materias primas que apenas tenemos”, apostilla.

Tal vez suene a consuelo enunciar que la formación, preservación y el desarrollo del potencial humano tiene prioridad y urgencia en la estrategia nacional que pertinazmente busca resolver la ecuación CTI = Potencial Humano + Recursos Materiales + Institucionalidad. En papeles se plantea fácil, pero de resolución tan enredada como la paradoja del gato muertovivo de Schrödinger o el dilema del prisionero; del tipo de experimentos mentales que desconciertan y transgreden las fronteras filosóficas y áreas del saber.

Consciente del reto, el doctor en ciencias Armando Rodríguez Batista, viceministro de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma), sienta pauta: “La atención de todos los actores de la comunidad del sistema de ciencia, tecnología e innovación (CTI) es el nudo gordiano del desarrollo de Cuba. En concepto fidelista, el potencial humano es el pilar de la ciencia cubana. Si no sabemos expresar esa educación elevada y capacidad transformadora en el tejido socioeconómico de la nación, entonces juega en contra, pues se subestima ese recurso humano. De ahí que debamos asumir el fenómeno no solo con voluntad política, sino esencialmente con políticas públicas concretas y urgentes. Cortar el nudo gordiano significa desasir radicalmente y sin contemplaciones una traba por más difícil que sea. Y no es mito ni leyenda: o se resuelve o… se resuelve”.

Como en una evaluación de caso de un paciente delicado, interviene la directora de Potencial Científico y Tecnológico en dicho organismo. La joven máster María Luisa Zamora pone en foco su radiografía: “El potencial humano dedicado a la actividad de ciencia, tecnología e innovación en Cuba presenta una dinámica decreciente en los últimos diez años y una débil interconexión con la economía, debido esencialmente a la disminución del personal que se categoriza anualmente por sectores y territorios, insuficiente relevo de líderes y expertos jóvenes, creciente éxodo de fuerza de trabajo calificada, no se intenciona efectivamente en las instituciones el seguimiento a los procesos de categorización y superación constante de trabajadores, a partir de planes de formación que cierren ciclos con altos estándares de calidad”.

¿Cuáles son las causas y consecuencias? ¿Cuáles medidas ayudarían a revertir o mitigar los alarmantes indicadores? ¿Qué beneficia más a la sociedad? ¿Hoy se justifican los sacrificios individuales y las inversiones estatales con la calidad de vida personal y general? ¿A quiénes debe darse qué, cuándo y cómo? ¿Qué está en mesa? ¿Debilidades u oportunidades? ¿Estamos asegurando o hipotecando el futuro? Las interrogantes son tantas que se agolpan.

Cuando de futuro se habla, se habla de juventud. Implementar un plan de acción efectivo para atender a los jóvenes talentos y garantizar la reserva científica destaca entre los puntos clave de la macro-política oficial; pues son los jóvenes, justamente, el grupo etario que más ha venido haciendo la cruz en las cabinas aduaneras, los que en mayor medida desploman las curvas en gráficos estadísticos y los que dejan al relevo en orfandad cuando se marchan sin mirar atrás. Si no se tratara de un serio problema, y fuera no más que un juego sobre mondoflex, valdría aquel hinchado slogan de comentarista deportivo: ¡De Cuba y para el mundo!

La diáspora del conocimiento

El mundo tampoco deja de mascullar sobre emigración. Por supuesto que el dilema no es exclusivo del panorama insular. Se trata de un tema fijo en debates políticos y titulares sensacionalistas, genera conflictos y oportunidades, éxitos y fracasos; afecta a todos por igual. Un promedio de la ONU asegura que 28 mil 300 personas abandonan sus hogares cada día. Entre ellos, miles de científicos, por diversos motivos, deciden dejar sus puestos de trabajo y terruños cada año, dando lustre a la fuga de cerebros, término acuñado por la prensa británica en los años ´60, aunque desde la caída de Constantinopla frente a los otomanos, buena cantidad de sabios del malogrado imperio bizantino puso pies en polvorosa.

La historia de la humanidad ha estado signada por las contribuciones de emigrantes. Muchos de los triunfos señeros en materia científica y avances tecnológicos no habrían sucedido si no fuera por ellos: Einstein, Oppenheimer, Von Neumann, Pulitzer, Levi Strauss, Jan Koum, Sergey Brin… para bien o para mal, son apenas algunos de los rostros más famosos de esa memorabilia insondable.

Si bien el mapeo del nuevo nomadismo científico indica varias rutas, está claro que la corriente mana hacia el norte, y que las potencias tradicionales tienen favoritismo en detrimento del hemisferio sur. Dentro de Europa Occidental, España, Italia y Grecia están entre las naciones con mayor flujo hacia Inglaterra, Alemania y Francia. India, en Asia, y un buen puñado de territorios africanos ceban mercados académicos foráneos. Mientras en América Latina el drenaje de talento ha resecado los sistemas nacionales desde hace décadas. Cuatro países de la región –Jamaica, El Salvador, Haití y Guyana– aparecen en el top ten del ranking global de fuga de cerebros 2022 (publicado por The Global Economy.com).

En ese listado de 177 países –que encabeza la aislada Samoa y cierra Australia– Cuba ocupa el puesto 86: para algunos, éxito rotundo; para otros, en la conchinchina. China, por cierto, logró revertir la alta tasa de emigración intelectual que padeció en la última década y ha marcado una diferencia en el diseño de becas doctorales y proyectos, garantizando el retorno de más del 80 por ciento del medio millón de universitarios que estudia fuera; cucharada de patriotismo aparte.

“China ha conseguido regresar a sus cabezas científicas a golpe de cartera y acondicionamiento de infraestructura. Cuba, por su contexto de austeridad y de bloqueo no podría quizás replicar ese modo, pero sí hacer una eficiente adaptación de la obra. Lo otro significativo es que los chinos han dado preeminencia al liderazgo de los jóvenes en procesos vanguardistas”, traduce el viceministro Armando, quien ha repasado con cuidado el paradigma del gigante asiático.

 



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